A menudo solemos hacer caso a todo lo que pasa por nuestra mente. Tanto si es útil o no tan útil, muchas veces nos quedamos atrapados sin saber bien por dónde salir, lo que nos provoca un gran sufrimiento y nos hace huir, la mente no quiere la verdad, solo quiere la supervivencia, por eso exagera lo bueno y lo malo.
En los colegios, siempre nos enseñaron a memorizar, pero nunca nos dijeron que la mente plantea ideas y que tú y solo tú escoges las opciones. La religión siempre castigó los pensamientos impuros...
Para empezar, deberíamos definir la mente. Esta es un fenómeno psicológico que no tiene sentido confundir con el cerebro. El cerebro es nuestro ser, nuestra esencia, un diamante siempre será un diamante aunque esté sin pulir o pulido, este almacena sensaciones, como los colores, recibe y envía impulsos, segrega sustancias químicas, pero no tiene autonomía. Haciendo un símil, podríamos compararlo con una cámara; la cámara no tiene cerebro, tú le pones intención a lo que captas de la realidad, creas un relato quitando relaciones y creando otras nuevas, en función de cómo ves tú la realidad, carece de objetividad. Por tanto podríamos decir que el pensamiento es una función de la mente, es decir, somos lo que pensamos pero no todo, porque la mente genera ideas como la televisión genera imágenes, pero al desmontar las piezas que hacen que la televisión funcione, al desconectar el cable que da la electricidad a la tele, esta ya no genera imágenes, al igual que nuestro cerebro, piensa para poder responder al mundo exterior, al que en muchas ocasiones de forma equivocada dependemos porque nos domina: tenemos miedo a la soledad, la falta de reconocimiento. Tenemos que tener claras varias cosas, el cerebro no puede mantenerse en un estado durante mucho tiempo, por eso somos contradictorios, porque así es la supervivencia y no podemos olvidar que tenemos esa parte animal, ese instinto que nos hace ser egoístas.
El problema es que nos hemos vuelto excesivamente dramáticos y en cuanto la mente rompe el equilibrio, en vez de desmoronar el pensamiento y observarlo lo hacemos parte de nosotros y vivimos a merced de nuestra mente. No hay necesidad de clasificarse, simplemente hay que dejarse ser, sin juzgar, sin criticar y darnos cuenta de que las cosas no son parte de una dicotomía, es decir, buenas y malas, sino útiles o inútiles de acuerdo a nuestros objetivos. Que yo soy yo y mis circunstancias, por tanto, el santo tiene momentos de demonio y el demonio de santo. Cuando nos peleamos con las cosas es cuando les estamos dando fuerza sobre nosotros, pues quien te enfada te domina.
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